El Siglo XIX o la consolidación de la independencia, decodificado por la pluma de Guillermo Prieto (Primera Parte)

Guillermo Prieto fue un periodista mexicano excepcional, su trayectoria profesional  transcurre a lo largo de gran parte del siglo XIX. Revisar su obra es una oportunidad para identificar la vertiginosa vida de México, que nuestro “niño poeta” registrará también en su propia historia. Cruciales etapas para la construcción de una nueva era mexicana, como la  Independencia, seguida de la invasión francesa, o la pérdida del territorio del norte, sucediéndose vertiginosamente, encuentran un testigo de sensibilidad excepcional que registrará con inequívoco amor por México, el tránsito de un país en situación de colonia hacia una nueva identidad independiente.

Guillermo Prieto - Foto

Su tiempo ve nacer las más importantes instituciones que podemos imaginar, y junto a ellas, el propio periodismo. Su fiel y laborioso instinto de cronista y narrador, nos hereda una creación de una bastedad enorme, que hoy hace transparente la organización de la identidad mexicana decimonónica, en un amplio abanico de escenarios, particularmente culturales y urbanos.  Memorias de mis tiempos (1828-1853), una publicación cuya viabilidad adviene por la custodia de los diarios de la época en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, rescata las muchas décadas de vida del periodista dedicadas al oficio de escribir.

Decimos entonces que la obra de Guillermo Prieto, es la de un cronista. En ella crea retratos de las escenas ocurridas en una ciudad variopinta, donde confluyen la cultura mesoamericana, vivamente representada por una gastronomía tradicional, su usos y costumbres reflejados en atuendos coloridos así como su gusto por la fiesta y el baile o su fervor religioso, aunque trasvasada por la cultura de la colonia, con sus particulares expresiones como la lidia de toros, la religión católica, la organización mediante instituciones con epítetos reales, dejando como herencia un pueblo híbrido ante la difícil tarea de la interpretarse a sí mismo, tarea que por cierto el periodista Guillermo Prieto acomete con amplias credenciales de honestidad y decencia ejemplar.

La vorágine del siglo XIX, el siglo que específicamente será el puente que verá atravesar a México de la colonia española hacia su Independencia. Las condiciones que Guillermo Prieto ilustra serán  las de un país en guerras constantes que durarán un siglo y que fluctuarán en ocasiones de un sitio asediado por extranjeros, a otro por pestes, además de nuevos imperios afanándose por convertir nuestra patria una vez mas en botín. A lo que se añade un escenario en desunión entre los mismos Estados integrantes de la nuevísima federación.

Mexico independentista

La suma de un escenario del que aún tomamos nota para comprender la tarea pendiente para dibujar al México de nuestros días, pero que entiende desde los Sentimientos de la Nación hasta la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria como un solo vector cuyos horizontes todavía están por escribirse. El resultado es un país nuevísimo, con doscientos años de independencia, pero con instituciones sólidas que se sustentan en la veracidad y tienen una dirección moral. Las mentes que dibujaron los escenarios de que hoy gozamos, son esos grandes protagonistas de la vida intelectual de nuestro país, y se encuentran sin duda alguna en el siglo XIX, certeza que adquiero tras leer parte de la obra de Guillermo Prieto.

Obra que invita incluso a discurrir por el centro desde la mirada de Guillermo Prieto que convida a la curiosidad por delimitar lo que pudieron ver sus ojos. Pues el centro era mucho más céntrico, mucho más pequeño, mientras que las periferias o la zona boscosa y de recreo llegaban a Mixcoac, o Chapultepec, entonces aún habitados por lobos, y que constituían “las afueras” donde las personas de la época decimonónica salían al “campo”, montadas en sus caballos, e iluminadas, incluso en los teatros, a la luz de las velas, y los candelabros requerían bajarse  y subirse a media función para el cambio de las mismas.

Comprender el vertiginoso avance del siglo XX, sería sumamente complejo y en algunos casos incongruente, sin un sustento como el que nos proporciona la deleitosa pluma de Guillermo Prieto. La obra publicada que hoy consultamos en extensos tomos, fue escrita originalmente para los diarios de su época, y una parte de ella publicada  en su columna Los lunes de Fidel, conducida con un fino humor era dirigida a un público que gustaba de ausentarse el lunes a laborar y con un guiño les entregaba una completa imagen de la vida cotidiana mexicana, tejida de palabras, de cultura, de humor, de valores patrióticos, de un profundo sentido de la decencia y de más de una confidencia.

Disuadiéndonos de creer que si el caballo era el transporte de la época cualquiera sabría utilizarlo, craso error, que verificamos en narraciones del propio Guillermo Prieto manifestando su interés por unirse a la defensa de la patria contra la invasión francesa, engrosando las filas de caballería integradas por personalidades de la urbe y testimoniando desde sus notas periodísticas la legitimidad de su aspiración, fundada en haber montado desde la infancia con rumbo a tomar lecciones con cierto profesor afamando, amén de estricto, razón que le permite gozar del privilegio de la equitación en su formación.

Guillermo Prieto - foto 2

La narración tenaz de Guillermo Prieto, para entonces ilustra un momento previo a la Independencia,  en que la educación era un lujo, junto con el conocimiento de la equitación. Pues la pericia para el manejo de la montura estaba restringido a quien pudiera solventarlo,  y además tuviera necesidad de salir fuera de su casa. Toda vez que la vida pública estaba sumamente marcada por los roles de género, y la vida urbana destinaba a las mujeres al asistencialismo como sumo lujo de sociabilidad, o “labores de punto”, además de los entonces obligatorios deberes religiosos que se extendían lo mismo a hombres que a mujeres.

Lo sabemos por los testimonios sobre personas a quienes Guillermo rememora, sus jefes de empleos previos al de poeta urbano y periodista, que desempeñó en la Aduana, o como Secretario, en donde testimonia una asistencia regular por parte de sus compañeros a misa antes de laborar, así como sus gavetas custodiando sus imágenes religiosas y aguas benditas muy socorridas por atribuírseles propiedades curativas, en una época donde la salud estaba seriamente amenazada.

Pensar que Guillermo Prieto reflejaba solamente el discurrir de la vida en la clase media urbana, no es exacto, pues tenía la inquietud de ampliar su propia cultura accediendo a círculos poéticos, y contó para tal fin con la venia de un ilustre miembro de la época, además de la historia, don Andrés Quinta Roo. Prieto nos narra su enternecedor acercamiento en busca de la tutela que por azares infortunados adoleció en su juventud, y ante quien hizo gala de una juvenil pero emotiva retórica, plena de valor y dignidad, que le granjearía un lugar en el corazón de uno de los líderes Intelectuales de la lucha independentista.

Don Andrés Quinta Roo, sureño de la península de Yucatán, quien sería maestro de muchos hombres, además de nuestro icónico periodista, le reconocieron estar dotado de una intensa conciencia de la dignidad y su capacidad de transmitirla, que incluso Prieto rememora un anecdótico personaje norteamericano que al conocer a Don Andrés, sentenció que donde había personas con pensamientos como los de él resultaba imposible no ser libres.

Andrés Quintana Roo

Andrés Quintana Roo

La mirada de Prieto de fino humor, sugiere entre sus reflexiones, un amplio abanico de intereses culturales como el teatro y círculos literarios o representaciones musicales, figuran también temas sociales como los bailes y días de campo o corridas de toros, así como eventos religiosos, su gusto por la gastronomía, en suma, la vida cotidiana tejida desde su tesonera habilidad con las letras, bastedad que hoy es un espejo fiel en que puntualiza usos y costumbres de una patria mexicana, incipiente, aún sin instituciones educativas pero, curiosamente, con profundos valores respecto de la dignidad humana, a mi juicio sobrevivientes de la época precolombina, y de los pobladores originarios mesoamericanos.

Prieto contrasta involuntariamente mediante su crítica, con valores ostentados por  los religiosos católicos impuestos por la colonia a quienes no puede evitar tomar con  ironía y humor contagioso, señalando su incongruente generosidad discursiva y su parquedad activa. Y además lo hace mediante la poesía por la que guarda un fervoroso aprecio, destinándole un espacio importante en su  memoria tanto para recordar sonetos que vio escritos desde su infancia, difundidos en pegotes en las paredes de la ciudad, así como los que escuchaba y atesoraba como patrimonio de sus propios recuerdos. Para tener un ejemplo de lo que menciono, lo cito:

 De un clérigo hablé y a tal punto

me llama este padre pápago,

impío, torpe, galápago

y  me viene a maldecir.

si hablo de indios –ordinario,

si de ustedes –¡desafío!,

si de los padre -¡Impío!,

si de política -¡Chitón![1]

Entre los versos de su creación, podemos observar un particular abanico de valores, donde su amor patrio, lo mismo que su sentido de la dignidad, ofrecen un registro de riqueza y autenticidad, pero específicamente muestran la percepción de una nación en el tránsito que dejará atrás una colonia, que desdibujó y transformó, a su vez, las poblaciones originarias como el Imperio Azteca, condición de la que saldrá en dirección hacia su Independencia y configuración propia.

Guillermo Prieto, poeta y sonetista, codifica su imagen del México decimonónico, diciendo:

Llorad que llegó el progreso

Entre truenos y relàmpagos

Y derrotó a las chinampas

Y ahogó en su acequia a Iztacalco.[2]

Zócalo, Ciudad de México, siglo XIX

Zócalo, Ciudad de México, siglo XIX

Así el sentir de un siglo que sale avante de una colonia y que entra a su autoconstrucción al mismo tiempo que a la defensa frente a otros imperios colonizadores, como el francés y el norteamericano, no cabe la oportunidad para confundir una postura liberal de una conservadora, las posturas se dirimen entonces entre un nacionalismo fervoroso o un entreguismo vergonzoso.  Sobre este tenor, nos obsequia igualmente sus  propias citas, diciendo:

Un escritor anónimo dice así … una prolongada serie de ambiciosos y hábiles príncipes había levantado el imperio a vertiginosa altura; pero con un populacho ignorante y una codiciosa nobleza, apenas se hicieron incompetentes los gobernantes, cayó la nación hecha pedazos. En la cumbre de su grandeza el monarca mas grande de España se hastió del triunfo y abdicó, y con la muerte de su hijo Felipe, se desvaneció la gloria del imperio.[3]

El párrafo anterior nos habla del imperio español, su declive y como es interpretado este por la población mexicana. Por otra parte, pensar que México marchaba uniforme al encuentro de su propia hermenéutica, es decir la capacidad de interpretarse a sí mismo y auto construirse,  resultaba una quimera que aún requería de sólidas instituciones para ser real. Fue preciso que existiera un mexicano excepcional, de cuna humilde con raíces de nuestros pueblos originarios, para que la formación requerida con urgencia por el México naciente, laica, universal, científica, fuera efectivamente impartida entre la patria.

Y para que existiera al fin una herramienta para marchar juntos, y salir fortalecidos de una Independencia hacia una República, que requirió a su vez ser restaurada de la avaricia francesa, tras la aventura conservadora que invitara a los Absburgo a vivir en carne propia la imposibilidad de que México volviera a pertenecer a un imperio extranjero. El acontecer del siglo XIX, en Guillermo Prieto es un fiel testimonio que atrapa cotidianamene imágenes, trazos, pinceladas del vertiginoso devenir mexicano, que sin su lectura sería de difícil comprensión.

Guillermo Prieto - foto 3

El periodismo de Guillermo Prieto hace gala de sintetizar los valores de la valentía  y la honestidad como los pilares sólidos que edifican la nueva nación. Honestidad que desde luego incomodará, a un sector conservador, que se aleja fácilmente de los principios que hacen fuerte a toda una patria y siembra un futuro prometedor a largo plazo para toda una nación. Su poesía también es reflejo de esta inquietud,  dice:

Si estoy hecho pólvora

Si me he encontrado cien críticos

Que quieren como relámpagos

Dejarme hasta sin cartílagos,

Porque escribo en un periódico

Ya cómico, ya satírico,

Y porque hablo a lo fúnebre

Y gusto más del ridículo …[4]

 El periodismo que desarrollaba Guillermo Prieto, era difundido en una ciudad de dimensiones menores, con mucho, a la que conocemos. Igualmente ocurría con su población y cabe imaginar también los pocos lectores que podían existir, cuando la educación no era aún parte de la vida cotidiana de la historia de México,  el analfabetismo era el gran triunfador entre los habitantes, sin embargo, los había lectores, personas encumbradas que deseaban ver sus intereses favorecidos en la prensa.

Entonces, la dignidad del periodismo a que Prieto engrosaba, se nos revela en su siguiente afirmación: “La prensa fue, y es, el afiance de todas las libertades, la garantía de todos los derechos, la salvaguarda sublime de todos los progresos. Purifica sus glorias y esperanza brillante en sus derrotas”.[5] Encontramos además la antesala de la laicidad sustentada en la pluma alerta de Guillermo Prieto, y que coincide que con Luis Mora, importante liberal de la época. Sus análisis eran congruentes respecto al papel nefasto del clero en la vida nacional, y le fincaban la responsabilidad histórica que realmente pesa sobre sus hombros, es decir:

Nosotros, sin desconocer esas verdades, opinamos con el señor Mora, nuestro historiador, que el vicio era mas radical, dependiendo de la falsa idea de exterminio que se tenía contra los gentiles o sus creyentes en la fe de Cristo y en que se legitimó el robo de las propiedades de los indios a título de que el soberano era dueño de vidas y haciendas.[6]

Hacienda Colonial

El ejercicio del periodismo, recorre en Guillermo prieto un camino que nos deja imaginar toda una construcción nacional, con un paralelismo en una sola persona. Como señala la introducción de la obra Guillermo Prieto. La patria como oficio, “ese héroe laico y civil surgido tanto en la lucha militar y política como en la cruzada cultural para consolidar la cruzada mediante la educación”.[7] Cuyo hacer en el periodismo le atraerá además, frutos que lo consolidarán como “El decano del periodismo”[8] por el periódico El Nacional, publicado el 8 de junio de 1890,  en donde se le reconoce como a quien “por más tiempo había ocupado las páginas de los diarios”[9].

Ahí se describe que “El triunfo correspondió a Guillermo Prieto, que en 1836, es decir 54 años atrás, había iniciado su fecunda, variada, combativa y alegre cruzada por el liberalismo en las páginas de una veintena de periódicos”. [10] Lo que nos permite entender porqué si este trabajo habla de la obra de un periodista apenas hemos nombrado un periódico de la época. Esto tiene que ver con que los títulos de los periódicos fueron efímeros y diversos, podían incuso ser fundados por diferentes personalidades e intereses, aunque la causa que atrapó siempre la pluma de Guillermo Prieto fue la liberal, y sus retratos eran críticos, más que complacientes aunque su propia fortuna económica fuera en juego.

Periódicos que no eran necesariamente diarios, porque las publicaciones solían ser impresos de lunes a viernes o los fines de semana o cada dos semanas. Incluso podían permanecer financiados por los propios escritores, de ahí que su vida comercial no sería tan larga, particularmente en aquellos tiempos azarosos incuso para la vida misma de la patria. No olvidar que el propósito del periodismo de la época era difundir los fuertes cambios que vivía el país, y construirlo desde sus propios intérpretes, por encima de la necesidad de vender ejemplares.  No olvidar que la censura fue el pan de cada día de los mismos.

De ahí que las publicaciones culturales como la revista Azul, tuvieran una duración finita, aún que fueran brillantes sus escritores. En éste periodismo se inscribió Guillermo Prieto. Con respecto a la poesía, ya hemos citado algo de lo que Guillermo Prieto escribió, pero no nos hemos detenido debidamente a narrar la construcción del círculo poético de que fue fundador.

Este circulo se llamó La academia de Letrán, y en ella se dieron cita distintas personalidades de la vida intelectual, entre las más ilustres figuraba Don Andrés Quintana Roo, quien se refería a los miembros participantes como “mis muchachos”, y a quien nuestro periodista rememora por una avanzada defensa del derecho de expresión, toda vez que un miembro participante decidió con sus versos  vindicar una postura atea, y más de uno se sintió ofendido, surgió entonces un clamor generalizado de rechazo e indignación, pero la voz que defendió Don Andrés fue la del poeta, e incluso amenazó con retirarse de un sitio donde la gente no podía pensar y expresarse libremente.


[1] Prieto Guillermo. Lecciones a un periodista novel. México, CONACULTA, 2002, pág.31

[2] Prieto, Guillermo. Obras completas I. Memorias de mis tiempos. México, CONACULTA, 2005, pág. 15

[3] Prieto, Guillermo. Lecciones a un periodista novel. México, CONACULTA, 2002, pág. 59

[4] Prieto, Guillermo. Lecciones a un periodista novel. México, CONACULTA, 2005, pág. 27

[5] ibid, pág. 34

[6]ibid, pág. 62

[7] Prieto, Guillermo. La patria como oficio. Una antología general.  México, UNAM/FCE/f,l,m., 2009, pág. 35

[8] ibid, pág. 13

[9] ibid, pág. 14

[10] ibid, pág. 14

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